jueves, 29 de abril de 2010

Victorias amargas

Los que vivieron el partido en el campo, los que se quedaron en casa con amigos, los que fueron a buscar un bar donde vivir otra gran semifinal. Los que trabajaban y no se despegaban de su radio. Los que tenían que preparar un examen y prefirieron dejar los libros por el televisor. Ayer por la noche pasó un ángel por Barcelona y es que el Barça se enfrentaba a los de Mourinho. No había ni un alma en las calles. En el ambiente se palpaba la ilusión, la confianza y sobretodo la emoción por viajar a Madrid y convertirse en ocupas en la casa del eterno rival. Pero lo que se vivió fue muy diferente de lo esperado.

Un partido caliente, en el que los jugadores llegaron a las manos, pero con el que la afición blaugrana se quedó helada. Por los pelos no lograron un resultado que merecían y que parecía que se iba hacer realidad durante los últimos minutos. Pero sólo fue eso…un espejismo. De repente, de la euforia se pasó a la desilusión, a la impotencia y a la rabia. Un partido ganado que eliminaba al Barça de su competición. Pero más allá de lo puramente deportivo, las reacciones desde la capital dejaron mucho que desear. Poco después de la derrota ante el Inter, merengues salidos de todos los rincones de Madrid celebraron una victoria que no les correspondía ni de lejos. Jóvenes y no tan jóvenes corrieron hasta Cibeles como si sus jugadores de oro hubieran ganado algo. Y eso da miedo. No sólo porque lo único que puedan celebrar sean las derrotas de su eterno rival, sino porque nos encontramos en una situación social en la que los datos hablan por sí solos: más de un 20% de paro, una cifra que no se alcanzaba desde 1997. Y ante esto, me pregunto: ¿cuándo se manifestarán esos jóvenes por cosas realmente serias? ¿Cuándo se concentrarán con ese ímpetu por la actual situación de desocupación? De igual modo, la afición del Barça podría dejarse la piel en asuntos que realmente afectan en su día a día. No sé, tal vez será mejor celebrar las derrotas de los enemigos o soñar con copas y olvidarse de las penas. O tal vez no.

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Marta Sánchez