Entre lo público y lo publicado
“Mientras haya alguien que quiera saber qué pasa, habrá alguien que quiera contar”. Estas fueran las palabras del periodista Iñaki Gabilondo en una entrevista que concedió el martes en un conocido programa de televisión. Unas palabras dirigidas a aquellas personas que habían visto cómo el sensacionalismo le había ganado la batalla al periodismo de calidad. Y es que una de las cadenas con mayor prestigio en España había dejado de dar señal para que Telecinco aumentara su imperio mediático. Y las consecuencias las pagamos unos pocos que hemos visto como se ha pasado de CNN+ a Gran Hermano 24 horas. Una pena el ver como lo más importante no es lo público sino lo publicado, siempre y cuando con ello, algunos se llenen los bolsillos. En pocas palabras, se plantea, la que parece, la eterna lucha entre frikis y el resto.
La morbosidad, las banalidades, los conflictos y el entretenimiento informativo (infoteintment) tienen más audiencia frente a los medios de referencia, rigurosos y necesarios en una sociedad. Como dicen últimamente: es lo que pone. Pero lo venden como si esos contenidos fueran buenos y es algo que me pone enferma. Al igual que se indica con un +18 aquellos programas cuyos contenidos no son apropiados para menores de edad, se tendría que poner un “F” de friki a todos los programas que lo venden como serios, pero que tan sólo hablan de la vida y poca obra de los famosos de este país. Así evitaríamos más de un disgusto. Y es que no se le puede llamar información a todo, ni tampoco se le puede ofrecer de todo – y a cualquier precio- a los espectadores.
Programas como Sálvame o los resúmenes diarios del show de la (no)convivencia, duermen a la sociedad. No aporta contenidos con los que desarrollar una actitud crítica hacia los políticos, hacia las medidas que se aprueban diariamente ni permite que se cumpla con una función social. Es lo que Chomsky denomina como armas silenciosas para guerras tranquilas. Y esto los ciudadanos no lo aprecian, o lo que es peor, creen que es bueno que se les ofrezca contenidos de tan bajo nivel cultural y social. Está claro que la libertad de expresión prevalece sobre cualquier otro criterio. Pero los medios no se pueden excusar tras este principio básico de la información con el fin de ofrecer cualquier cosa. Y mucho menos, no llegar a ofrecer algo mínimamente interesante.